La cruz del pendiente

LA CRUZ DEL PENDIENTE
Sumérgete en la historia de Durango del siglo XIX con la intrigante narrativa de ‘La Cruz del Pendiente’. Un trágico romance, traición y un destino oscuro convergen en este rincón histórico.

Enclavada en el corazón del centro histórico de Durango, específicamente en la confluencia de las calles Negrete y Patoni, reposa una cruz, testigo mudo de un episodio fascinante que se desarrolló en este rincón en el año 1833. Este singular acontecimiento dio origen a que durante décadas, esta área y tramo de calle fueran conocidos como “El Pendiente”.

La década de 1830 en Durango transcurría en el resquicio de las heridas dejadas por la lucha por la Independencia de México. En este contexto, la rigurosidad del sistema penal crecía de manera acorde a los desafíos de la época, imponiendo castigos severos a quienes transgredieran la ley.

Jaime Hernández, hombre destacado en la sociedad duranguense, ocupaba el cargo de síndico municipal en la ciudad. Su esposa, Juana Nepomuca Alcalde, también era una figura respetada entre las élites. Sin embargo, las apariencias no siempre reflejan la verdad oculta detrás de ellas. Juana inició una relación extramarital con un joven de la ciudad, curiosamente apellidado Hernández. Esta trama clandestina se desarrolló a lo largo de varios meses. Los amantes, decididos a vencer cualquier obstáculo que se interpusiera entre ellos, trazaron un plan macabro: eliminar al síndico municipal para asegurar su amor.

Y así, en el año 1833, el plan tomó forma, con una ejecución fría y calculada en la intersección de las calles Negrete y Patoni. Jaime Hernández fue arrebatado de este mundo en un acto de traición que oscureció los días de Durango. Sin embargo, la oscuridad del crimen no duraría mucho tiempo, ya que testigos vieron a los culpables huir y denunciaron su acción ante las autoridades.

Los perpetradores fueron aprehendidos y llevados a la cárcel de la ciudad, ubicada en la calle 20 de noviembre y Patoni. La investigación y el juicio se llevaron a cabo, revelando una trama de amor, traición y muerte. Finalmente, el joven Hernández recibió su sentencia: ser ejecutado en público en el mismo lugar donde privaron de la vida al síndico municipal.

El joven fue condenado a la horca, y su muerte en esa esquina fue un espectáculo que dejó una marca indeleble en la memoria de los habitantes de Durango. A partir de entonces, aquel lugar fue conocido como “El Pendiente”, en honor a la imagen que quedó grabada en la mente de quienes fueron testigos de la macabra escena.

La cruz de madera que ahora se encuentra en esa esquina, un tributo al joven ejecutado, sobrevivió varias décadas, hasta que lamentablemente fue robada. Sin embargo, el recuerdo persistió, grabado en la conciencia de la ciudad. A pesar del paso del tiempo y la pérdida de muchas de las historias que rodeaban este acontecimiento, el eco de aquel suceso todavía resuena en el rincón histórico de Durango.

Néstor Lara

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